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Derecho a Consumir

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A partir del advenimiento del sistema de producción capitalista, basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad del mercado, la figura del consumidor se vuelve fundamental, ya que es el propio consumo el que se constituye como el combustible fundamental de todo el sistema, estimulando la demanda y generando una cadena de valor que conduce a más consumo, dando estabilidad al sistema productivo. Ya Marx, en el siglo XIX, remarcaba que el consumo de las personas dependía del lugar que ocupen en la sociedad, ya sea capitalista u obrero, y que este a su vez determinaba la clase social de pertenencia. Es decir, el rol del consumo y del consumidor como figura se volvió fundamental e indispensable para alimentar y mantener en funcionamiento el sistema económico mundial.

Con el correr del tiempo y el avance de las tecnologías, el rol que juegan los consumidores se vuelve todavía más importante, ya que a partir de las herramientas de comunicación, que brindan la posibilidad de interactuar con los productores de los bienes de consumo, y la necesidad de estos de competir en el mercado, los consumidores abandonan ese rol pasivo de ser meros consumidores, para convertirse en prosumidores, es decir, no solamente consumen, sino que también generan nuevas maneras de consumir, a partir de sus opiniones y valoraciones.

Y es en este contexto, donde cabe remarcar que todos somos consumidores desde el momento en que nacemos hasta que nos morimos, es decir, esa condición se vuelve una constante sin ningún tipo de distinción. Esto se vuelve fundamental para entender que los consumidores somos el grupo más numeroso del mercado, y todo lo que hacemos afecta al sistema, y todo lo que el sistema hace nos afecta a nosotros

Es por esto que se vuelve fundamental defender los derechos de los consumidores, para equilibrar la dispar relación de fuerzas existente entre consumidores y productores en un mercado con amplias libertades, donde muchas veces la voraz necesidad de los productores de colocar sus productos y servicios en el mercado en la forma más rápida y rentable posible hace que los comercialicen sin evaluar debidamente si sus condiciones de consumo y comercialización son adecuadas y respetan los parámetros legales establecidos.

Es cierto que vivimos en una economía de libre mercado donde el consumidor puede elegir libremente entre los bienes y servicios que se le ofrecen, y que la competencia entre las empresas por satisfacer las necesidades del consumidor mejora la calidad y el precio obligando a las empresas a adaptarse permanentemente. Pero también es cierto que estas adaptaciones no siempre son buenas, porque muchas veces las empresas pueden buscar manipular y tener cautivos a los consumidores. Está en la naturaleza misma del capitalismo. Los límites morales y éticos debe ponerlos el Estado.

La publicidad es un ejemplo. Las empresas ya no se limitan a mejorar sus servicios, el auge de la publicidad cambio las reglas de juego. Las marcas hoy son creadoras de necesidades, establecen estándares de vida, de belleza y de felicidad. El consumo hoy define al sujeto: Sos lo que comes, como te vestis, el auto que manejas,… Sos lo que consumis! El Estado debe como mínimo establecer las reglas de juegos, las marcas no pueden hacer apología a la anorexia o a comportamientos destructivos.

En este sentido, la revolución en la tecnología nos obliga a repensar los problemas del consumidor. Hoy los consumidores se volvieron el producto, grandes empresas como Google y Facebook recolectan su información para venderla. Es cierto que los consumidores acceden a hacerlo (muchas veces sin saberlo), pero no es menos cierto que la libertad de elegir entre tener acceso a la red o mantener tu privacidad es una ilusión. Es imposible hoy tener trabajo, novia y amigos sin entregar tu información. El consumidor esta cautivo.

Es por esto que todas las personas en tanto consumidores tenemos derecho a que nuestra información privada nunca pierda esa condición para ser vendida como un eslabón más de la cadena productiva, tenemos derecho a tener acceso a productos seguros y a servicios de calidad, a recibir un trato justo y a que se nos ofrezcan soluciones efectivas si las cosas no funcionan como debieran. Acá es donde la Defensoría juega un rol fundamental, a la hora de hacer valer esos derechos.

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